Me gustan los cuentos.

Este pretende ser el lugar donde colocar aquellos cuentos que me gustan. Irá creciendo poco a poco. Andrés Guerrero Alcázar

viernes, 9 de enero de 2009

Caperucita Roja

Caperucita Roja es uno de los Cuentos Clásicos más conocidos. Sin embargo, tenemos que distinguir las diferentes versiones que hay de éste cuento. La mayoría de nosotros conocemos adaptaciones del cuento que hicieron los Hermanos Grimm, pero todo empezó con Perrault con su "Caperucita Encarnada". Por esta razón veo necesario daros a conocer estos dos cuentos de estos autores tan importante y relevantes para la literatura infantil, que seguro os sorprenderán:

PERRAULT (s.XVII)

Caperucita Encarnada

Era una vez una niña hermosísima, como nadie pudo imaginarla jamás, que vivía en una aldea con su madre, la cual la quería tanto, que estaba loca con ella, y su abuela más loca todavía. Esta buena mujer había dado a su nieta un gorrito encarnado que la sentaba a las mil maravillas, y por esta razón la llamaban Caperucita Encarnada.

Un día que su madre había cocido en el horno sabrosos bollos, la llamó y la dijo: - Mira, me han dicho que tu abuelita está mala; ve a verla y llévala este bollo y esta orcita de manteca. Caperucita Encarnada se dirigió en seguida hacia la casa de su abuelita, la cual vivía en otra aldea de las inmediaciones.

Al pasar por el bosque, encontró a maese Lobo, a quien se le pasaron soberanas ganas de comérsela; pero no se atrevió a hacerlo a causa de un leñador que se hallaba cerca de aquel sitio. Sin embargo, la dirigió la palabra, preguntándola dónde iba. La pobre niña, que no sabía lo peligroso que es detenerse a escuchar a un Lobo, respondió: - Voy a casa de mi abuelita a llevarla un bollo y una orcita de manteca que mi madre la envía.

- ¿Vive lejos? - replicó el Lobo. - Bastante lejos, - dijo Caperucita Encarnada; - ¿ve usted aquel molino que hay allá abajo? Pues al otro lado, en la primera casa de la aldea. - Precisamente - repuso el Lobo - yo también tengo que ir allá; conque echa tú por ese camino y yo por este otro, y veremos quién de los dos llega primero.

El Lobo echó a correr con toda la fuerza de sus piernas por el camino más corto, y la niña siguió por el más largo, entreteniéndose en coger avellanas, en perseguir mariposas y hacer ramilletes de las florecillas que encontraba al paso.

No tardó mucho el Lobo en llegar a casa de la abuela: detúvose, y tras, tras. -¿Quién está ahí? - Soy yo, su nieta, - respondió el Lobo fingiendo la voz - Caperucita Encarnada que viene a traer a usted un bollo y una orcita de manteca de parte de mi madre. La pobre abuela, que estaba en su cama porque se hallaba un poco enferma, le gritó: - Alza el pestillo y empuja la puerta. El Lobo alzó el pestillo y la puerta se abrió. En seguida se arrojó sobre la buena abuela y la devoró en un abrir y cerrar de ojos, porque el maldito tenia hambre de tres días.

Hecho esto, cerró la puerta y fue a acostarse en la cama de la abuelita, esperando a que llegase Caperucita Encarnada, la cual no tardó en llamar. -Tras, tras. - ¿Quién está ahí? Al escuchar la ronca voz del Lobo, Caperucita Encarnada tuvo miedo; pero se repuso pensando que su abuela estaría resfriada, y respondió: soy yo, abuelita, yo que vengo a traerla de parte de mi madre un bollo y una orcita de manteca.

El Lobo dulcificó un poco la voz, y dijo: - Alza el pestilo y empuja la puerta.

Caperucita Encarnada alzó el pestillo y la puerta se abrió. Viéndola entrar, el Lobo se rebujó entre las sábanas, y añadió: - Pon el bollo y la orcita de manteca sobre la hucha y ven a acostarte conmigo. Caperucita Encarnada se desnudó, y se metió en la cama, causándola gran extrañeza el cambio que se había operado en el cuerpo de su abuelita.

Y entonces la dijo: - ¡Abuelita, qué brazos tan largos tiene usted! -Es para abrazarte mejor, hija mía. - Abuelita, ¡Qué piernas tan grandes tiene usted! -Es para correr con más ligereza, hija mía. - ¿Y estas orejas tan grandes, abuelita? -Para oír mejor. - ¿Y estos ojos tan grandes? - Para ver con más claridad. -Y por qué tiene usted estos dientes tan enormes, abuelita? - ¡Para comerte! Y diciendo estas palabras, el indigno Lobo se arrojó sobre Caperucita Encarnada y se la comió.

Moraleja: Niñas, cuando sean hermosas jóvenes, desconfíen siempre de los lobos: - en este mundo hay muchos melífluos y elegantes, cuyo lenguaje es cariñoso y seductor, y esos precisamente son los de la raza más peligrosa.

Los Hermanos Grimm (s.XVIII)

Caperucita Roja

Érase una vez una pequeña y dulce muchachita, que en cuanto se la veía se la amaba, pero sobre todo la quería su abuela, que no sabía que darle a la niña. Un buen día le regaló una caperucita de terciopelo rojo, y como le sentaba muy bien y no quería llevar otra cosa, la llamaron Caperucita Roja. Un día la madre le dijo:

- Ven, Caperucita, aquí tienes un pedazo de pastel y una botella de vino: llévaselo a la abuela, que está enferma y débil, y se sentirá aliviada con esto. Prepárate antes de que haga mucho calor, y cuando salgas ve con cuidado y no te apartes del sendero, si no, te caerás y romperás la botellas, y la abuela se quedará sin nada. Y cuando llegues no te olvides de darle los buenos días, y no te pongas a curiosear antes por todas las esquinas.

- Lo haré todo bien - dijo Caperucita a su madre, y le dio la mano a continuación.

La abuela vivía muy dentro del bosque, a una media hora de distancia del pueblo. Cuando Caperucita llegó al bosque, se tropezó con el lobo. Pero Caperucita, que aún no sabía lo mal bicho que es el lobo, no tuvo miedo de él.

- Buenos días, Caperucita Roja - dijo él.

- Muchas gracias, lobo.

- ¿Adónde tan temprano, Caperucita?

- A ver a la abuela.

- ¿qué llevas debajo del delantal?

- Pastel y vino. Ayer lo hicimos. Con esto la abuela que está algo débil, se alimentará y se fortalecerá.

- Caperucita, ¿dónde vive tu abuela?

- Todavía a un buen cuarto de hora andando por el bosque. Debajo de tres grandes encimas, está su casa; abajo están los setos del nogal, como sabrás.

El lobo pensaba para sí: "Esta joven y tierna presa es un dulce bocado y sabrá mucho mejor que la vieja; tengo que hacerlo bien desde el principio para cazar a las dos." Siguió andando un rato junto a Caperucita Roja y luego dijo:

- Caperucita, mira las hermosas flores que están alrededor de ti, ¿por qué no echas una ojeada a tu alrededor? Creo que no te fijas en lo bien que cantan los pajarillos. Vas como si fueras a la escuela y aquí en el bosque es todo tan divertido...

Caperucita Roja abrió los ojos y cuando vio cómo los rayos del sol bailaban de un lado a otro a través de los árboles y cómo todo estaba tan lleno de flores, pensó: "Si le llevo a la abuela un ramo de flores, se alegrará; aún es pronto y podré llegar a tiempo."

Y se desvió del sendero, adentrándose en el bosque para coger flores. Cogió una y pensando que más adentro las habría más hermosas, cada vez se internaba más en el bosque. El lobo, en cambio, se fue directamente a casa de la abuela y llamó a la puerta:

- ¿Quién es?

- Caperucita Roja, traigo pastel y vino. Ábreme.

- ¡Mueve el picaporte! - gritó la abuela -. Estoy débil y no puedo levantarme.

El lobo movió el picaporte, la puerta se abrió y él, sin decir una palabra, fue directamente a la cama de la abuela y se la tragó. Luego se puso sus vestido y su cofia, se metió en la cama y corrió las cortinas.

Entre tanto Caperucita Roja había seguido buscando flores y cuando ya había recogido tantas que no las podía llevar, se acordó de nuevo de la abuela y se puso de nuevo en camino de su casa. Se asombró de que la puerta estuviera abierta y, cuando entró en la habitación, se encontró incómoda y pensó: "Dios mío, qué miedo tengo hoy, cuando por lo general me gusta estar tanto con la abuela." Exclamo:

- Buenos días - pero no recibió contestación.

Luego fue a la cama y descorrió las cortinas; allí estaba la abuela con la cofia tapándole la cara, pero tenía una pinta extraña.

- ¡Ay, abuela, qué orejas tan grandes tienes!

- Para oírte mejor.

¡Ay, abuela, qué ojos tan grandes tienes!

- Para verte mejor.

- ¡Ay, abuela qué manos tan grandes tienes!

- Para cogerte mejor.

- ¡Ay, abuela, qué boca tan enormemente grande tienes!

- Para devorarte mejor.

Apenas había dicho esto, el lobo saltó de la cama y se zampó a la pobre Caperucita Roja.

Después de que el lobo hubo saciado su apetito, se metió de nuevo en la cama, se durmió y comenzó a roncar con todas sus fuerzas. El cazador, que pasaba en ese preciso momento por la casa, pensó: "Cómo ronca la anciana; tendrías que ir a ver si necesita algo." Y cuando entró en la habitación y se acercó hasta la cama, vio que el lobo estaba dentro:

- ¡Ah, estás aquí, viejo pecador! - dijo él -. ¡Tanto tiempo como llevo buscándote!

Entonces quiso cargar su escopeta, pero pensó que el lobo podía haber devorado a la abuela, y a lo mejor aún se la podía salvar, así que no disparó, sino que cogió las tijeras y comenzó a rajar al lobo la barriga. Cuando había dado unos cuantos cortes, salió la muchacha y dijo:

- ¡Huy, qué susto tenía! En la barriga del lobo estaba todo muy oscuro.

Y luego salió la abuela también viva, aunque casi no podía respirar. Caperucita Roja cogió rápidamente unas piedras con las que llenaron la barriga al lobo. Cuando éste despertó, quiso irse saltando, pero las piedras eran tan pesadas que se cayó y murió.

A consecuencia de esto estaban los tres muy felices. El cazador le quitó al lobo la piel y se la llevó a casa; la abuela se comió el pastel y bebió el vino que había traído Caperucita Roja y se recuperó de nuevo. Caperucita Roja pensó: "Ya no te volverás a desviar en toda tu vida del camino, si tu madre te lo ha prohibido."

Se cuenta también que, una vez, Caperucita Roja le llevó de nuevo a la abuela pastas, y otro lobo le habló y la quiso desviar del camino. Caperucita Roja se guardó de hacerlo y siguió directamente su camino, y le dijo a la abuela que se había encontrado con el lobo, que le había dado los buenos días, pero que la había mirado con tan malos ojos, que si no hubiera estado en un lugar público, la hubiera devorado.

- Ven - dijo la abuela -, vamos a cerrar la puerta para que no pueda entrar.

Poco después, llamó el lobo y gritó:

- ¡Abre, abuela, soy Caperucita Roja y te traigo pastas!

Ellas permanecieron en silencio y no abrieron la puerta. El cabeza gris dio varias vueltas alrededor de la casa, finalmente saltó al tejado y quiso esperar hasta que Caperucita Roja se fuera por la noche a casa; entonces él la seguiría y se la zamparía en la oscuridad. Pero la abuela se dio cuenta de lo que le rondaba por la cabeza. Ante la casa había una gran artesa de piedra, y le dijo a la niña:

- Coge el cubo, Caperucita; ayer cocí salchichas, trae el agua en la que las ha cocido y échalo en la artesa.

Caperucita Roja trajo el agua hasta que la gran artesa estuvo llena. Luego empezó el olor de las salchichas a llegarle a la nariz al lobo, olisqueó, miró hacia abajo, y finalmente estiró tanto el cuello, que ni pudo sujetarse más y comenzó a resbalar, de modo que se cayó del tejado precisamente dentro de la artesa y se ahogó. Caperucita Roja se fue feliz a casa y nadie le hizo daño.

Y Colorín, Colorado este Cuento se ha acabado.